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Ética profesional en tiempos de inteligencia artificial

Por: Víctor De La Hoz

La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en casi todos los ámbitos de la vida profesional ha traído consigo un cambio profundo en la forma en que se conciben los procesos, se gestionan los datos y se toman decisiones. Hoy no es exagerado afirmar que un abogado consulta algoritmos para agilizar la revisión de contratos, un médico utiliza sistemas de apoyo para el diagnóstico, un periodista recibe borradores automáticos de notas, y un estudiante prepara ensayos asistido por chatbots. La pregunta ya no es si la IA debe ser usada o no, sino cómo garantizar que su uso respete los principios de la ética profesional.

La ética, en este escenario, no se limita a un código rígido de normas, sino que se convierte en una brújula que guía la responsabilidad, la transparencia y el respeto hacia las personas. El uso indiscriminado de la IA puede traer consigo riesgos significativos como sesgos en los algoritmos, pérdida de la autoría intelectual, dependencia tecnológica y hasta la banalización del propio rol profesional. En consecuencia, el compromiso ético exige no delegar sin cuestionar, no publicar sin verificar y no producir sin reconocer los límites de la tecnología.

Cada profesión enfrenta sus propios dilemas. En el periodismo, por ejemplo, la tentación de publicar noticias generadas por IA sin verificación humana amenaza la credibilidad y la confianza pública. En el derecho, la dependencia ciega de herramientas de predicción judicial puede afectar la imparcialidad y el debido proceso. En la medicina, el riesgo de reemplazar la sensibilidad del diagnóstico clínico por una simple recomendación algorítmica puede tener consecuencias fatales. Por eso, la ética profesional no debe retroceder frente a la eficiencia tecnológica, sino reforzarse con ella.

El profesional que utiliza IA debe reconocer cuándo una parte de su trabajo fue asistida por esta tecnología. Ocultarlo, además de ser un acto de deshonestidad, contribuye a una ilusión peligrosa: la idea de que todo lo que se presenta es fruto exclusivamente del criterio humano. Otro principio es la responsabilidad, ninguna decisión crítica debería recaer únicamente en una máquina. El profesional es quien responde por los resultados y las consecuencias, no la tecnología.

Asimismo, la ética en la era de la IA debe incorporar un elemento pedagógico, por lo que se debe enseñar a colegas, clientes, pacientes o estudiantes a comprender que la inteligencia artificial no sustituye la inteligencia humana, sino que la complementa. Reconocer los límites de estas herramientas, así como sus potenciales sesgos, es parte del deber de quien ejerce con profesionalismo.

La inteligencia artificial puede convertirse en un aliado poderoso, pero nunca en excusa para abdicar de la ética profesional. Hoy más que nunca, el reto es doble, aprovechar las ventajas de la tecnología y, al mismo tiempo, sostener con firmeza los valores que dan sentido al ejercicio profesional. No se trata de renunciar a la IA, sino de humanizarla desde el ejemplo ético de quienes la emplean.

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